sábado, 22 de marzo de 2008

pierna bandera de la verguenza por ANDRES MAGUNA




Pierna bandera de la verguenza


-CONTRATAPA DEL DIARIO "EL CIUDADANO"-
No sé, no me acuerdo dónde estaba, qué hice el 24 de marzo de 1976. Tenía 12 años. Sí me acuerdo de algunas cosas, luego, como el día de 1978 que fui a ver a la selección a la cancha de Central, por el Mundial, contra Polonia, con la presencia del presidente de facto, Videla, en el palco de honor.
Cuando les cuento a mis hijos que escuché gritar “¡Grande, Flaco!” y aplausos para el genocida, no me creen. Menos cuando admito que en cierta medida participaba de ese sentir, tal vez presa de la necesidad de seguridad paterna que todo niño o adolescente requiere de cualquier autoridad. Y de facto o no, Videla era el presidente, la cabeza de esa nación triunfante en los campos futboleros y futbolísticos.
En ese momento, con las ganas de ver a Kempes haciendo goles, no relacioné a esos militares sonrientes y aplaudidos en el palco de honor de la cancha de Central con los rumores sobre los “desaparecidos del mapa” que me transmitía mi hermana mayor, Tampoco lo relacioné con el operativo de combate que hubo en mi cuadra, en Fisherton, cuando con mis hermanos nos asomamos a la vereda y los soldados con uniforme de combate escondidos detrás de los paraísos no hicieron señas urgentes de que volviéramos adentro.
Un rato después escuchamos una explosión, tiros y gritos. Al día siguiente nos enteramos de que unos “guerrilleros” habían intentado poner una bomba en el transformador de electricidad de la esquina, en bulevar Argentino y Sánchez de Loria (todavía está allí). Los dos “terroristas” (también se los llamaba así) habían llegado en moto con los explosivos. El que los portaba fue abatido apenas bajó de la moto y su cuerpo cayó sobre la bomba, que explotó o la hicieron explotar. El otro, me dijeron, logró escapar unas cuadras hasta que también fue muerto.
Los restos del cuerpo que explotó quedaron diseminados en una cuadra a la redonda, y los perros los comían allí donde los encontraban. Una vecina encontró una mano junto al diario de la mañana. Y una pierna casi entera, con una zapatilla Flecha con la suela chamuscada, quedó enganchada en lo alto de un paraíso durante varios días, siendo objeto de un turismo morboso, macabro y de perverso regodeo. Aunque niño, sé que pensé “qué guachos, dejan la pierna ahí como ejemplo del escarmiento”.
Aunque espantosa, la visión de la pierna en el árbol en mi camino a la escuela, en la vereda donde vivían varios de mis amigos, me fascinaba en el sentido de que traía de manera incontrastable la realidad a mi vida. Me decía de una sola vez todo lo que mis padres, jóvenes profesionales católicos con ansias de progreso, callaban bajo la excusa de darnos “seguridad”.
Hoy pienso que la incongruencia de la pierna colgando en las anchas veredas de la clase acomodada que por esos años distinguía al barrio de todos los otros de la ciudad se debía a la falta de iniciativas para bajarla de allí.
Un día, quizás una semana después, la pierna ya no estaba, y seguí pasando por allí, por esa esquina donde había una parada de la B (justo debajo del árbol en cuestión), donde jugaban con mis amigos Marcelo, que vivía enfrente, y Keko, cuya casa estaba un poco más allí. Pero aún hoy puedo señalar la horqueta en la que había estado expuesto la pierna, y recuerdo como si fuera ayer a los perros que comían los restos, a la vecina que contaba cómo había encontrado la mano, los comentarios que hacíamos los niños, libres de culpa y protegidos por la inocencia para intercambiar información.
No sé, no me acuerdo, si fue en el 76 o en el 77, pero sí que era primavera.
Esos recuerdos los asocio con otros: uno anterior, cuando Cristina, la directora de la primaria de la Stella Maris, fue un día grado por grado, comunicando “la muerte del presidente de la República” con grave gesto, y hasta con cierto inocultable pena, y que entonces le comenté a mi compañero de al lado, tal vez Goyo, “que desastre, ahora se va todo al carajo”, sin saber, ni entonces ni hoy, de dónde salía esa certeza que luego se haría cruel realidad. Y otro recuerdo posterior, de nuevo del 78, cuando el mismo Videla vino a la ciudad el Día de la Bandera y, luego de presidir el desfile que hubo en el Monumento, se dio un “baño de gente” como los que gustan a tantos políticos visitando la Sala de la Banderas del Monumento. Mis papás nos habían llevado a ver el desfile, y con mi hermano Adolfo pedimos permiso para ver de cerca al presidente (a ese “Flaco” que algunos habían vivado en la cancha de Central). Logramos acercarnos tanto que mi hermano llegó a palmear las espaldas de Videla (entre cientos de otras manos que lo hacían) y logró disparar una par de fotos con la cámara portátil de mi vieja. Luego exhibiría como un trofeo esas fotos, sobre todo una en la que se veía el perfil del asesino de masas recibiendo, feliz, el calor de las palmadas.
En ese Día de la Bandera ya había visto la pierna de bandera de derrota de la “subversión”, pero no la relacionaba con ese presidente que veía felicitar. Y no lo hacía porque estaba desinformado, porque los adultos tenían miedo, porque saber, el conocimento, acarreaba peligros mortales, aún para lo niños. Porque el miedo paraliza el pensamiento, y mis papás no pensaron bien. Portegieron mi cuerpo, y hoy estoy vivo, escribiendo esto, sin haber sufrido supuestos tormentos por saber la horrible verdad de esos días, pero no protegieron mi temprana capacidad de discernir. Los culpo por ello, pero no puedo condenarlos porque aún los amo, aunque mi papá ya no esté.
Pasaron 30 años del Mundial. Creo que un buen gesto del pueblo argentino sería devolver el título conseguido, rechazarlo, darlo por anulado por vergüenza propia. Decirle al mundo que no queremos lucir una estrella manchada con la sangre de nuestros hermanos, que nos arrepentimos de haber festejado.
Nadie negará los méritos deportivos, pero tal vez nos hagamos merecedores de un poco de mérito humanitario.

1 comentario:

Unknown dijo...

Desgraciadamente:DOY FE.
Yo fui testigo de todo lo que cuenta mi hermano. No hay trampa ni cartón. Estuve ahí y también lo viví así. Dudo que haya forma de que los argentinos se hagan merecedores de mérito humanitario... La historia es larga... y después del Mundial 78: Las Malvinas (My god!)...y ya en democracia, Alfonsín rescató los derechos humanos pero la gente necesitaba, además, comer. Y vino Menem con "el punto final" y la Obediencia debida, y paridad cambiaria y alegría general con fecha de caducidad, y tantos hasta llegar a esta "pobre" mujer, que hace lo que no puede.
Los argentinos merecen un poco de descanso y bienestar. Son muchísimos años sin descanso (desde1810?) y el cuerpo lo necesita.
Un abrazo enorme.
Adolfo Maguna
(en el exterior desde el 8 de Julio de 1989, fecha en que asumió Menen por 1ª vez)