martes, 25 de marzo de 2008

siete caballos

Dicen que la unión hace la fuerza. Pero es una mirada demasiado vaga. O, mirada con más intensidad, la fuerza unida hace más fuerza. Siete caballos de fuerza son “fuerza” pero uno también, como ya sabemos, siete tienen más que uno. Pero si esos siete caballos están moribundos, viejos y cansados, ¿hacen más fuerza que uno totalmente joven, uno campeón, por dar un ejemplo? No. Los fuertes nacen fuertes y los más fuertes aún destinarán su vida a la soledad; no hablo tan sólo de fuerza fisica, sino de todo tipo de fuerza. Los más débiles se excusarán toda su vida diciendo que son débiles porque no están unidos. Los siete caballos de fuerza pueden ser más que un ejército entero, de caballos, ganar todas las batallas, y todos los tipos de batallas.
Siete caballos de fuerza tipo son los del punto cúlmine del acelerador de mi moto. Pero sin embargo nunca le pude ganar a un solo caballo. Así que no logro entender cómo es la fuerza de esos siete caballos, si de resistencia (que lo dudo, porque todos los días le arreglo alguna parte) o de velocidad, que ya averigüé que no. ¿Siete caballos de fuerza psicológica? Puede que un hombre (oligofrénico profundo) que nada más tenga siete caballos de fuerza mental sea el que diseñó esta moto, y que de ahí vengan los siete caballos, o que el sistema del mal motor permita al humano dueño de la moto aumentar su capacidad fisico-mental siete caballos de fuerza, en relación con el humano, claro está.
Siete caballos con fuerza son los que le salvaron la vida al cacique Bajón, uno a cada lado (los dos más rápidos), uno llevándolo (el más resistente), tres adelante protegiendo y yendo al choque (los más robustos) y uno atrás, Iguazú (vigilando las espaldas del indio, haciendo de sombra eterna).
El cacique Bajón, después de una batalla totalmente desigual, al aguantar a que se derramara la última gota de sangre perdedora de su tribu, se sentó al pie de un árbol, de espaldas a lo que fue un matadero, viendo por un espejito cómo se acercaban de a centenares los hombres blancos.
Es que no podía comprender sus pretensiones, los miraba con una extraña indiferencia, eso era ya el momento final, faltaban no más de doscientos pasos para que lo descubrieran, tapándose la parte trasera del pulmon. Lo atarían, irían por el general, y éste, sin decir una palabra, con ánimo de consolación, tiraría lo que sería el sonido final, el primer y último encuentro con la pólvora de nuestro joven cacique.
Los caballos golpeados del enemigo venían galopando solos, con poca montura, frente a Bajón. No comprendió, pero a veces no es nada importante comprender, mucho menos a 150 pasos de la muerte. Subióse al caballo líder, al más fuerte, como ya dijimos, y se armó el grupo de los siete caballos de fuerza.

Siete caballos de fuerza de aceleración de la 4x4 fueron los que necesitó Mario para que la cuerda de metal tocara la campanilla de su garganta y lo decapitara. Se había peleado con su mujer, de esta no importa el nombre. Una noche fría, nevada, salió a la calle para despejar la neblina de sus ojos, y ahí agarró la pulmonía que lo llevó a la desesperación. Al volver, invadido por un ataque de tos, evadiendo los gitos de su mujer para poder llegar a la cama, coger su libretita para describirle su estado a su esposa, pues no podía hablar, fue cuando decidió que Dios no tenía demasiado poder para quitarle la vida, sino Satanás, el rey de los diferentes, de los que somos fuertes y dignos de soledad y de decisiones definitivas. Comprendió que iba a morir en poco tiempo, y aunque así no fuera, él lo prefería. Comió, bebió, se reconcilió con su mujer, se amaron la noche entera, y a la mañana tomó la soga metálica de un proyectado cerco, la ató a un árbol, luego la pasó por la ventanilla trasera de su chata, ya adentro se la puso de collar, apretó el pedal, sabiendo que no había espacios para el arrepentimiento, ni fisico ni mental. Los siete caballos de fuerza de las cuatro ruedas le arrebataron una vida mas a Dios, y el Diablo, o como deseen llamarlo, ganó otra batalla de la guerra inmemorial.
Siete caballos de fuerza son los que necesitaron los pies del humano más rápido, ganador de tantas carreras, para huir del atraco más violento del país. Metros más adelante lo atraparían y lo usarían como rehén, matándolo media hora después.
Había ido a depositar lo que le quedaba de su último premio, el más importante después de las olimpíadas, cuyo nombre no recuerdo, eso no importa. Se estaba retirando, pero lo detuvo el llamado de una nenita, que lo conmovió por el color de piel, o por los ojos rojos por la adicción precoz al alcohol, así que no salió, se quedó a firmarle un autógrafo. Viendo esto, los otros niños lo descubrieron, y lo rodearon gritando y saltando. Como una ráfaga entraron los siete ladrones, apuntando a todos, y mandándolos atrás. Uno, con una escopeta de caño recortado oculta en la espalda, llevó a los rehenes, en su mayoría niños, al fondo, una especie de sala de mantenimiento con olor a lavandina. Allí el velocista les echó una mirada a sus zapatillas, para ver si eran dignas de la carrera más importante, comprobó que eran Nike con cámaras de aire. Les ganó en un abrir y cerrar de ojos las espaldas a los dos asaltantes que los vigilaban y se echó a correr por la puerta que avistó apenas los llevaron para esa parte. Siete metros son los que le bastaron para desarrollar la ventaja, pues no se dieron cuenta sino hasta que un chico, un verdadero infeliz, gritó: “¡Mamá, mirá como corre el de la tele!”.
Juan, el mas rápido de los dos ladrones, le hizo un gesto al otro a modo de decir “quedate vos que yo lo agarro”. Corrió hasta descubrir que no había una salida a pesar del muro de unos dos metros que estaba saltando el improvisado escapista. Se frenó. Tendió el brazo en dos bruscos movimientos, llevando la peor de las armas del equipo, pero con una fe ciega en su puntería, y le disparo a la rodilla izquierda. Lorenzo, el corredor, trató de seguir, pero otro disparo en el muslo de la misma pierna, por cierto la más expuesta, le impidió continuar su escape. Cayó al suelo como cae un suicida desde un balcón, levemente, con sutileza de danza clásica. La policía llegó disparando a quemarropa al de la puerta, dejando a los ladrones sin salida, a los seis que ya se habían amontonado con los veinte rehenes.
Pasadas unas tensas horas, fueron todos a la terraza. Juan, el único que sabía leer y juntar por lo menos cien palabras casi sin problemas, fue el que se acercó al borde, con Lorenzo baleado, a negociar, apuntándolo, claro, con su triunfante 22. Nervioso, detuvo sus ojos en su madre, que había sido llamada por la policía, y un tiro al aire activó sus reflejos animales, e hizo que literalmente volaran los sesos del corredor Lorenzo. Juan al instante recibio 35 balazos en el pecho y siete en la cabeza, los cuales lo sostuvieron en el aire por siete segundos. El atraco dejó un total de 15 víctimas mortales, entre ellas los siete asaltantes.
Comprendo, de esta manera, que los siete caballos de fuerza de mi moto son de todos los valores, que mi Zanelita está sola en el mundo por su fuerza. Mi zanelita-musa puede inspirtar un cuento o una crónica hasta en la cabeza más idiota.

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